Bienaventurados Sociales del Paro y Pluriempleo

Mi abuelo Cándido siempre ha sido un referente en mi vida. Él pasó haciendo el bien a todos los que le rodeaban. Colaboró en la vida cultural y política de su pueblo, trabajó incansablemente por su Parroquia, sembró alegría y esperanza en todos los que le rodeaban, especialmente en los ancianos.

Hace ya unos años, llegaron a mis manos unas Bienaventuranzas Sociales que él mismo escribió hace tiempo y que considero que pueden estar vigentes en la sociedad actual. En esta víspera del Día Internacional del Trabajo, bajo el Patrocinio San José Obrero, comparto esta sencillas Bienaventuranzas que nos pueden ayudar a crear un mundo más justo y solidario.

  1. Bienaventurados los que se empobrecen por invertir y crear puestos de trabajo, porque acumulan acciones en el Reino.
  2. Bienaventurados los que renuncian al pluriempleo, que no necesitan para vivir dignamente.
  3. Bienaventurados los funcionarios públicos, que trabajan como si se tratase de algo suyo.
  4. Bienaventurados los profesionales que no se oponen a las reformas justas de su trabajo profesional.
  5. Bienaventurados los obreros y empleados que prefieren que haya puestos de trabajo para todos antes que sus propias horas extraordinarias.
  6. Bienaventurados los trabajadores que no estafan a la seguridad del estado o desempleo, simulando un paro que no existe.
  7. Bienaventurados los banqueros, intermediarios y comerciantes que no se aprovechan de la situación para aumentar sus ganancias.
  8. Bienaventurados los políticos y sindicalistas, que se esfuerzan en crear auténticas soluciones para el paro, por encima de estrategias de partido.

Simplemente, quiero dejar constancia de estas Bienaventuranzas que tienen un claro sentido de justicia y bien común por encima de intereses particulares. Agradezco a mi abuelo Cándido todo aquello que en el transcurrir de su vida nos enseñó, aquellos valores que permanecen intactos en mi corazón… Siempre pendiente de todo y de todos, supo pasar “haciendo el bien”. Sin duda alguna, ¡cuántos motivos tenemos para dar gracias a Dios por nuestros mayores, por ese hermoso legado de vida que nos han dejado!

Rastrillo Solidario…

Este fin de semana he tenido la oportunidad de acercarme a uno de los Rastrillos Solidarios que en diversos momentos del año montan en una Iglesia. Algo que cada vez es más habitual en estos tiempos que vivimos, marcados por una profunda crisis social, donde todos los recursos son válidos para ayudar a los que más lo necesitan. Desde hace varios meses, en la Parroquia nos anunciaron el tradicional Rastrillo Solidario de Primavera, una buena oportunidad para vaciar armarios y estanterias, contribuyendo de este modo a una buena causa. Y es que, si miramos con atención en nuestras casas, nos daremos cuenta que están repletas de un montón de cosas que, probablemente, jamás lleguemos a utilizar… En esta ocasión, todos los donativos recaudados con el Rastrillo Solidario se han destinado para Cáritas, con el fin de ayudar a muchas familias cercanas a nosotros que en estos momentos están pasando por distintos tipos de dificultades.

Me llama la atención la actitud del grupo que coordina esta actividad. Desde hace meses, trabajan en la clasificación y limpieza de todos los objetos donados. Desde ropas y libros hasta bisutería, porcelanas y un sinfín de piezas -todas ellas en buen estado- a las que han dado un valor para ayudar a otros. Era raro acercarse al Rastrillo y no salir con alguna cosa, porque todos los voluntarios, mayoritariamente mujeres, aprovechaban cualquier visita para invitarte a colaborar. Y lo hacían con esa actitud de servicio y entrega que te llega a lo más profundo de tu ser, que hace que te cuestiones de algún modo los valores y cimientos de tu propia vida…

La verdad es que son gente de otra pasta, con el rostro alegre, invitando a la caridad en plena calle… Así han estado dos días enteros, cargando cajas, envolviendo objetos, aguantando el fresco de las mañanas y los atardeceres, incluso soportando la lluvia que apareció en la última tarde… Pero siempre con la sonrisa en el rostro.

Al llegar a casa, con las correspondientes bolsas de los objetos adquiridos, me he dado cuenta de la necesidad que tenemos de acercarnos un poco más a nuestros mayores, de aprender de su capacidad de entrega generosa, buscando siempre el bien de los otros… Estos voluntarios, de cierta edad, acumulan una experiencia de la vida en su sentido más amplio… Saben lo que es la lucha, el dolor, el sufrimiento,… Saben de alegrías, esperanzas y anhelos… Y saben que, a pesar de los años, se puede ayudar, se puede tender la mano al que más lo necesita… No importa el frío ni el cansancio, es más importante el corazón rebosante y satisfecho por la entrega a los hermanos… Una caridad bien entendida, anónima, compartida, que hace partícipes a otros prójimos… Sin duda alguna, ha sido una lección de vida y conozco muy de cerca el trabajo anónimo de muchas personas implicadas en esa construcción de un mundo mejor… Ese mundo que los jóvenes llevamos por bandera, pero que tantas veces nos cuesta asumir como nuestro comprometiéndonos para liderar un cambio que nos permita «construir la nueva civilización de la paz y el amor»… Y es que el compromiso parece que sólo es para valientes…

Hoy mi invitación es a que sigamos un poco más de cerca los pasos de nuestros mayores, que aprendamos de ese hermoso legado que un día nos dejarán, que cojamos el testigo desde ya para hacer que otro mundo sea posible… Y que lo hagamos como ellos, siempre con una sonrisa en el rostro, porque la caridad bien entendida empieza por uno mismo, por nuestros gestos, nuestro estilo de vida, nuestras actitudes con las personas que caminan a nuestro lado… Sólo entonces podremos salir de nosotros mismos para entregarnos a los demás y vivir en plenitud la caridad.

Mi corazón canta agradecido por tantas personas que hacen de su vida un canto a la caridad y que irradian la alegría de darse, iluminando con su día a día a tantas personas que viven en la soledad, la pobreza, la desesperanza… ¡Aprendamos de su ejemplo!